martes, 30 de marzo de 2021

Del sacrificio necesario a las malas costumbres




 

La religión yoruba en Venezuela y Latino América es conocida comúnmente como Santería. Es famosa por sus coloridos collares, la blanca indumentaria que portan sus fieles, los tambores que llaman a los orishas, y los festivos rituales que dentro de los miles de implementos naturales que usa para el desarrollo místico de la liturgia, incluye también, algunos animales de granja que son inmolados en ofrenda a los Orishas, bajo los antiguos preceptos del corpus religioso de Ifá. Esto último ha sido un infalible argumento para cristianos y sus variantes retrogradas y neo/oscurantistas, que lo utilizan para discriminar e incriminar a los practicantes de la regla de Osha e Ifá de cara al colectivo social, haciendo eco en el viejo discurso del miedo a lo distinto y el odio ciego proporcionado por la ignorancia.

 

Vemos como llaman satánico o brujería a todo lo que no comprenden, apegados obtusamente al fundamentalismo religioso que irrespeta y acorrala a quien no comparta su credo. Pululan en las calles improvisados y furibundos predicadores fustigando a diestra y siniestra la vida de los mortales. Algunos más osados tienen como escenario para su prédica las horas más estresantes del día en los repletos y acalorados vagones del Metro de Caracas, donde enérgicamente dan alaridos a la par de los vendedores ambulantes; se presentan ungidos de una verdad que solo se las otorga la biblia en sus manos. Estos operadores disfuncionales del cristianismo vapulean, reprenden y condenan a todo pobre infortunado o infortunada que porte un atributo que represente a orisha, bien sea el ildé de Orunmila, el pulso de plata, una quilla, y hasta ¡un collar de peonías! da la señal esperada al facineroso predicador de la intolerancia para despotricar a todo pulmón, metiendo en un solo saco de pecado, fuego infernal y muerte, a todo aquel que no les diga amén y se arrepienta.

 

En Venezuela actualmente se ha hecho popular la religión yoruba -o es más vistosa, por así decirlo-. Es muy común ver y reconocer a sus adeptos en las calles, y con ellos, la simbología de la religión. Es así, como confluyen católicos y espiritistas junto a los santeros y los creyentes fraternos, esos que no se animan a adoptar la fe, pero creen, se consultan y confían en el ashé de los sacerdotes y en orisha; no falta quién en medio de una conversación que roce con el tema, no dude en contar su encuentro cercano con un santero que le dijo al solo verle: que era hijo de Shangó y tenía un muerto arrecostado. También están los infaltables escépticos que no creen nada, pero respetan por si acaso, “porque de que vuelan, vuelan”.

 

Haciendo énfasis en el caso del sacrificio animal con fines religiosos, para muchos es un oprobio alarmante y arteramente cuestionable. Inaceptable en el seno de una sociedad puritana sostenida en una base bi/moral, catequizada hasta el tuétano por el cristianismo y su cúpula clasista y aporofóbica, esa, que satura a su feligresía de propaganda de miedo, infiernos, pecados y demonios; la misma que discrimina y atropella, por ser la violencia la practica más confiable para su expansión desde que fue instaurada como religión del imperio romano y su imposición por la fuerza al mundo. Para nosotros en lo que hoy día es el continente americano, conocimos el amor cristiano hace 529 años en el holocausto indígena más grande en este lado del mundo, perpetrado en nombre de Dios y la corona española.

 

Dice aquel viejo refrán: el muchacho que es llorón y la madre que lo pellizca.    Adagio que ayuda a recrear aquellas situaciones en las que no basta con que las cosas estén difíciles, como para que venga alguien y pueda empeorarlas más. Aunque nada tiene que ver los pellizcos a los niños con la religión yoruba, el refrán viene como anillo al dedo para dar un ejemplo de la realidad venezolana y los desvíos normalizados por algunos practicantes de la santería.

 

En el caso específico de la inmolación animal en las prácticas religiosas, esta tiene un soporte en el corpus litúrgico de Ifá que atañe -no solo- a la diáspora afrocubana sino para todos los yorubas en África y el mundo. La inmolación como hecho místico de la cultura y cosmovisión yoruba, es implementada solo cuando es requerida por la importancia del caso o de la ceremonia; es consultada a los orishas a través de los oráculos de adivinación de Osha/Ifá y es realizada rigurosamente por experimentados sacerdotes, quienes deben conocer, no solo la razón del tal o cual animal, sino también, el trato que debe dársele por su jerarquía dentro de atributos a los orishas, donde no cabe el maltrato animal, ni mucho menos una inmolación irrespetuosa, ya que toda ceremonia que implica sacrifico de vida animal es vista y supervisada por las deidades que se invocan para que den su ashé al sacerdote oficiante. Estos animales son los tipificados como animales de granja y son destinados para el consumo humano, por ende, los animales luego de ser ofrendados en su mayoría son consumidos por el colectivo religioso.

 

Estás faenas de sacrificio tienen un inicio, un desarrollo y obviamente un final dónde debe descartarse todo los implementado incluyendo el cuerpo del animal. Justamente ahí         - además del hecho mismo de la inmolación-, es donde se ha generado la mayor controversia entre los religiosos yorubas y la sociedad, es el flanco débil para explicar a los no creyentes que no matamos por matar a un animal, y mucho menos, que somos agentes de insalubridad y contaminación. El destino último del sacrifico jamás puede ni debe ser la vía pública, espacios comunes o de tránsito. y para entenderlo hay muchos tratados enciclopédicos confeccionados por nuestros mayores sustentados en Odù, que recrean e indican precisamente las ceremonias necesarias y obligatorias de despedida del cuerpo de los animales usados en ceremonias.      

 

¿De dónde viene el que se dejen animales muertos en las calles, a la vista de todos?

 

No hay más respuesta que la irresponsabilidad de algunos “practicantes”, que desconocen que el ebbó termina cuando se da camino y se despide apropiadamente al cuerpo de los animales sacrificados, y todo aquello que haya sido usado en la obra que deba ser desechado. La responsabilidad y la culpa de que termine donde no debe, NO es del aleyo, o del no iniciado que fue a hacerse una obra que requiriera sacrificio y lo mandan a botar cosas a la calle.

 

 Entonces es cuando se revela y queda en evidencia el desconocimiento o la flojera del sacerdote o sacerdotisa, que dejan las cosas a medio hacer, y solo se remiten a preguntar si el cuerpo del animal va para la manigua o la basura, y dejan en manos de neófitos la responsabilidad de finalizar el ebbó. Si el Odù que establece el sacrifico dice que hay que llevar el animal a una esquina: se lleva, se presenta, se da cuenta a orisha y luego se le da la apropiada despedida, no se tira ahí simplemente. así como nadie deja podrir las frutas y las comidas de los orishas en sus casas.

 

Es poner en práctica también, el sentido común, y dejar de ser tontos útiles que dan argumento a quien le ataca para ser difamados, por no saber que hacer después de una ceremonia con el cuerpo de un animal sacrificado.

 

Este texto, queridos hermanas y hermanos, más que una reflexión es un llamado crítico al colectivo religioso, para que hagamos la diferencia. El no saber cómo hacer una cosa, no significa que no exista un método para hacerlo bien y cada vez mejor. Para cualquier duda están los mayores, Awoses y Olorishas con años de experiencias; consulte, indague y no tropiece con los mismos errores “porque todo el mundo lo hace”, siga insistiendo hasta conseguir conocimiento.

 

Ashé to iban eshu

 

Centauro Saher / Awó ni Orunmila Iworí Ogundá

 

@asheifaoro @puebloyoruba    

 

 

Para conocer la procedencia del sacrificio animal consultar los Odù Ifá:

 

Irete meyi / Irete kutan/ ogbe ate / ogbe fun

 

Para conocer del sacrificio en la biblia:

 

Lucas: 2: 22-24 / Levítico 1:5 / Números: 7:11-17 / Levítico 12       

No hay comentarios:

Publicar un comentario