La religión yoruba
en Venezuela y Latino América es conocida comúnmente como Santería. Es
famosa por sus coloridos collares, la blanca indumentaria que portan sus fieles,
los tambores que llaman a los orishas, y los festivos rituales que dentro de
los miles de implementos naturales que usa para el desarrollo místico de la
liturgia, incluye también, algunos animales de granja que son inmolados en
ofrenda a los Orishas, bajo los antiguos preceptos del corpus religioso de Ifá.
Esto último ha sido un infalible argumento para cristianos y sus variantes
retrogradas y neo/oscurantistas, que lo utilizan para discriminar e incriminar
a los practicantes de la regla de Osha e Ifá de cara al colectivo social,
haciendo eco en el viejo discurso del miedo a lo distinto y el odio ciego
proporcionado por la ignorancia.
Vemos como llaman
satánico o brujería a todo lo que no comprenden, apegados obtusamente al
fundamentalismo religioso que irrespeta y acorrala a quien no comparta su credo.
Pululan en las calles improvisados y furibundos predicadores fustigando a
diestra y siniestra la vida de los mortales. Algunos más osados tienen como
escenario para su prédica las horas más estresantes del día en los repletos y
acalorados vagones del Metro de Caracas, donde enérgicamente dan alaridos a la
par de los vendedores ambulantes; se presentan ungidos de una verdad que solo
se las otorga la biblia en sus manos. Estos operadores disfuncionales del
cristianismo vapulean, reprenden y condenan a todo pobre infortunado o
infortunada que porte un atributo que represente a orisha, bien sea el ildé de
Orunmila, el pulso de plata, una quilla, y hasta ¡un collar de peonías! da la
señal esperada al facineroso predicador de la intolerancia para despotricar a
todo pulmón, metiendo en un solo saco de pecado, fuego infernal y muerte, a
todo aquel que no les diga amén y se arrepienta.
En Venezuela
actualmente se ha hecho popular la religión yoruba -o es más vistosa, por así
decirlo-. Es muy común ver y reconocer a sus adeptos en las calles, y con ellos,
la simbología de la religión. Es así, como confluyen católicos y espiritistas
junto a los santeros y los creyentes fraternos, esos que no se animan a adoptar
la fe, pero creen, se consultan y confían en el ashé de los sacerdotes y en orisha;
no falta quién en medio de una conversación que roce con el tema, no dude en contar
su encuentro cercano con un santero que le dijo al solo verle: que era hijo
de Shangó y tenía un muerto arrecostado. También están los infaltables
escépticos que no creen nada, pero respetan por si acaso, “porque de que
vuelan, vuelan”.
Haciendo énfasis
en el caso del sacrificio animal con fines religiosos, para muchos es un
oprobio alarmante y arteramente cuestionable. Inaceptable en el seno de una
sociedad puritana sostenida en una base bi/moral, catequizada hasta el tuétano
por el cristianismo y su cúpula clasista y aporofóbica, esa, que satura a su
feligresía de propaganda de miedo, infiernos, pecados y demonios; la misma que
discrimina y atropella, por ser la violencia la practica más confiable para su
expansión desde que fue instaurada como religión del imperio romano y su
imposición por la fuerza al mundo. Para nosotros en lo que hoy día es el
continente americano, conocimos el amor cristiano hace 529 años en el
holocausto indígena más grande en este lado del mundo, perpetrado en nombre de Dios
y la corona española.
Dice aquel viejo
refrán: el muchacho que es llorón y la madre que lo pellizca. Adagio que ayuda a recrear aquellas
situaciones en las que no basta con que las cosas estén difíciles, como para
que venga alguien y pueda empeorarlas más. Aunque nada tiene que ver los
pellizcos a los niños con la religión yoruba, el refrán viene como anillo al
dedo para dar un ejemplo de la realidad venezolana y los desvíos normalizados
por algunos practicantes de la santería.
En el caso
específico de la inmolación animal en las prácticas religiosas, esta tiene un
soporte en el corpus litúrgico de Ifá que atañe -no solo- a la diáspora
afrocubana sino para todos los yorubas en África y el mundo. La inmolación como
hecho místico de la cultura y cosmovisión yoruba, es implementada solo cuando es requerida por la importancia del caso o
de la ceremonia; es consultada a los orishas a través de los oráculos de
adivinación de Osha/Ifá y es realizada rigurosamente por experimentados
sacerdotes, quienes deben conocer, no solo la razón del tal o cual animal, sino
también, el trato que debe dársele por su jerarquía dentro de atributos a los
orishas, donde no cabe el maltrato animal, ni mucho menos una inmolación
irrespetuosa, ya que toda ceremonia que implica sacrifico de vida animal es
vista y supervisada por las deidades que se invocan para que den su ashé al
sacerdote oficiante. Estos animales son los tipificados como animales de granja
y son destinados para el consumo humano, por ende, los animales luego de ser
ofrendados en su mayoría son consumidos por el colectivo religioso.
Estás faenas de
sacrificio tienen un inicio, un desarrollo y obviamente un final dónde debe
descartarse todo los implementado incluyendo el cuerpo del animal. Justamente
ahí - además del hecho mismo de
la inmolación-, es donde se ha generado la mayor controversia entre los
religiosos yorubas y la sociedad, es el flanco débil para explicar a los no creyentes
que no matamos por matar a un animal, y mucho menos, que somos agentes de
insalubridad y contaminación. El destino último del sacrifico jamás puede ni
debe ser la vía pública, espacios comunes o de tránsito. y para entenderlo
hay muchos tratados enciclopédicos confeccionados por nuestros mayores
sustentados en Odù, que recrean e indican precisamente las ceremonias necesarias
y obligatorias de despedida del cuerpo de los animales usados en
ceremonias.
¿De dónde viene el que se dejen animales
muertos en las calles, a la vista de todos?
No hay más
respuesta que la irresponsabilidad de algunos “practicantes”, que desconocen
que el ebbó termina cuando se da camino y se despide apropiadamente al cuerpo
de los animales sacrificados, y todo aquello que haya sido usado en la obra que
deba ser desechado. La responsabilidad y la culpa de que termine donde no debe,
NO es del aleyo, o del no iniciado que fue a hacerse una obra que
requiriera sacrificio y lo mandan a botar cosas a la calle.
Entonces es cuando
se revela y queda en evidencia el desconocimiento o la flojera del sacerdote o
sacerdotisa, que dejan las cosas a medio hacer, y solo se remiten a preguntar
si el cuerpo del animal va para la manigua o la basura, y dejan en manos
de neófitos la responsabilidad de finalizar el ebbó. Si el Odù que establece el
sacrifico dice que hay que llevar el animal a una esquina: se lleva, se
presenta, se da cuenta a orisha y luego se le da la apropiada despedida, no se
tira ahí simplemente. así como nadie deja podrir las frutas y las comidas de
los orishas en sus casas.
Es poner en
práctica también, el sentido común, y dejar de ser tontos útiles que dan
argumento a quien le ataca para ser difamados, por no saber que hacer después de
una ceremonia con el cuerpo de un animal sacrificado.
Este texto, queridos hermanas y hermanos,
más que una reflexión es un llamado crítico al colectivo religioso, para que
hagamos la diferencia. El no saber cómo hacer una cosa, no significa que no
exista un método para hacerlo bien y cada vez mejor. Para cualquier duda están
los mayores, Awoses y Olorishas con años de experiencias; consulte, indague y
no tropiece con los mismos errores “porque todo el mundo lo hace”, siga
insistiendo hasta conseguir conocimiento.
Ashé to iban eshu
Centauro Saher / Awó ni Orunmila Iworí
Ogundá
@asheifaoro @puebloyoruba
Para conocer la procedencia del
sacrificio animal consultar los Odù Ifá:
Irete meyi / Irete kutan/ ogbe
ate / ogbe fun
Para conocer del sacrificio en la
biblia:
Lucas: 2: 22-24 / Levítico 1:5 /
Números: 7:11-17 / Levítico 12
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