Aquí no es bueno el que ayuda,
sino el que no jode.
Adagio popular.
La vida “moderna” ha traído un avasallante torrente de innovaciones, facilidades y mejoras para las sociedades humanas que se encuentran en permanente evolución. Son innegables los avances que ha alcanzado la humanidad en los últimos dos siglos, dando un salto cuantitativo y cualitativo del indetenible reinado del ser humano sobre el planeta y toda la vida que lo habita.
Para bien o para mal, hemos construido y alcanzado lo que antes era el crédito de ser solo una idea del imaginario de Leonardo Da Vinci o Julio Verne; hemos trascendido las fronteras de las dificultades en la búsqueda permanente de respuestas, y en éstas, mantener nuestra existencia de la mejor manera posible. Por supuesto, también debemos encarar el lado oscuro de esa maravilla que ha sido el “saber” en el ser humano, sus desvíos o extravíos, y de cómo envilecimos las más loables creaciones para ir en detrimento de la vida: cuanto más avanza en conocimiento la humanidad, más desprecio siente por la sabiduría.
El pensamiento retrógrado de la mezquindad y la vorágine consumista nos ha hecho llevar al planeta -con todos dentro- al filo del precipicio y podemos decir a esta altura, que quien inventó la flecha quedaría pasmado de saber todo lo que ha hecho la invención de la bala. Este declive ya era vaticinado por los grupos sociales tribales: los menos “desarrollados” según la lógica del mundo expansivo del hombre moderno. Desde que existen las invasiones imperialistas en el mundo, y su atropellada necesidad de crecimiento y supervivencia, los sabios originarios, la ciencia que cultivaron y el respeto por el planeta fueron desplazados a minorías o fueron casi extintos. La humanidad corrió el riesgo de perder gran parte de esa sabiduría de vida en armonía con el planeta y el universo, basada en el agradecimiento de vivir con la misma gracia que el resto de las criaturas. El mayor secreto que tuvieron, y tienen, los pocos sabios que superviven, es el amor y el celoso respeto por el mundo que los rodea.
¿A dónde voy con todo esto?
En la era de las redes sociales el ego es seducido como nunca antes lo había visto la historia humana, azuzado con un exacerbado culto a la vanidad en el mundo virtual que nos acorrala. El producto de esta combinación son seres humanos superfluos y arrogantes, que tienen en la súper autopista de la información (¿?) la tribuna propicia para ver y dejarse ver hasta lo indecible. Hoy en día es un requisito indispensable para encajar “socialmente” el tener un teléfono inteligente y diversas cuentas en aplicaciones que, como en vitrinas, se expone hasta el más mínimo detalle de la vida personal que hasta ayer se preciaban de orden personal y privado.
La vida religiosa no escapa de este fenómeno, y un sin fin de practicantes y simpatizantes de muchas religiones del mundo usan estos medios para dar a conocer su adhesión religiosa. Los sacerdotes y sacerdotisas, iniciados y afiliados fraternos de la religión Yòrubá no nos distanciamos de este hecho, aún y cuando contamos con un conjunto de preceptos y dogmas que establecen tabúes sobre la divulgación de los atributos, liturgia y atenciones a Orisha.
No habiendo nada que ocultar, pero existiendo un profundo respeto que guardar por la energía y la espiritualidad Orisha y la herencia cultural y espiritual que ha transcendido de la mano de nuestros ancestros, sospecho que toda esta exposición de obras, fundamentos y acciones propias de la liturgia de Osha – Ifá no hace más que entorpecer la comprensión de esta religión que tiene un génesis tribal e indigenista, muy lejos de la vanidad del hombre moderno y el entramado desarrollista de la vida urbana.
Vemos como se hacen públicas grotescas fotos posteriores a inmolaciones, videos donde se efectúan obras o donde supuestos sacerdotes hacen adivinación mientras guiñen un ojo a la cámara. Muchos desde la ingenuidad creen que esa muestra pública les permitirá ganar adeptos, y que incrementando su popularidad como sacerdote o sacerdotisa desde Instagram o Facebook tendrán fama y prestigio y por ello, se harán de un gran pueblo. Otros, un poco más deplorables, creen que vendiéndose como brujos auténticos en todo espacio, lograrán ganar el temor de la gente, para así evitar ser objeto de ataques enemigos, malas energías o influencias negativas.
¿Dónde queda lo sagrado del acto personal de relación con Orisha?
¿Dónde queda el respeto por los fundamentos, atributos y receptáculos de nuestras deidades?
Son preguntas dirigidas al colectivo religioso, donde cada cual en privado dará la respuesta que le permita su corazón.
Al permitir esta sobre exposición de los fundamentos religiosos, damos pié al uso indebido y malintencionado de los símbolos de Orisha por perpetradores de estafas y falsificadores de nuestros atributos. Cualquiera puede posar en una foto con un Eshu, pero no cualquiera entiende el apostolado que significa estar consagrado para pactar y convivir con esta poderosa deidad.
Esta reflexión no pretende coartar el derecho de hacer a ninguna persona; mucho menos postular la creación de una policía religiosa que persiga y denuncie infractores. Estas cuartillas solo son una invitación a pensar por un momento que no seremos menos o más religiosos si dejamos de postear en las redes sociales y medios de exposición masiva los fundamentos y receptáculos que consideramos nuestro sustento espiritual. Mostremos al mundo ciego la filosofía de Orisha, el saber que encierra nuestro credo expresado en Odú, cantos, bailes, y la alegría del colorido y luminoso mundo que Oloddumadre dispone para sus hijas e hijos.
Centauro Saher / Awó Ni Orumila Iwori Ogundá